Hoy estoy pensando en el peso que soporta sobre sus espaldas un maestro.
El maestro debe atender a la diversidad, adecuar contenidos para cada uno de sus alumnos. Debe llevar al día sus actividades diarias, su proyecto anual, así como proyectos paralelos, seguimiento personalizado, registro de asistencia diaria, actos escolares, correcciones al día, evaluaciones, adecuaciones curriculares, los recreos, control de la documentación, reuniones de personal, reuniones de padres, de consejo escolar, entre otro sin fin de tareas.
Todo lo hace responsablemente, de la mejor manera posible, leyendo, informándose, estudiando, haciendo cursos y talleres de capacitación y con buena predisposición para el trabajo.
¡Qué fácil parece todo eso!
Debe escuchar que le digan que si no le conviene trabajar EN ESO que se dedique a otra cosa, que no sea irresponsable, que deje de "perjudicar la educación de los niños" con sus insistenes reclamos...
Hay algo que no siempre sale a la luz, sobre todo desde las autoridades, y es el malestar que deben soportar muchos maestros argentinos en sus aulas.
Poco se habla del maltrato al que son sometidos día a día por algunos alumnos. No se enteran, o mejor dicho no quieren enterarse, que muchas veces el maestro, que preparó su clase con dedicación, buscando la mejor estrategia, se encuentra de pronto con alumnos que actúan de manera desagradable, maltratando a sus compañeros y docentes, poniéndolos en situaciones de límite y muchas veces en ridículo.
¿Quién se acuerda del maestro? ¿A quién le importa si se siente mal o bien?
Ahí debe estar para explicar, comprender, entender, atender, consolar, controlar.
Ahí le depositaron al niño para que lo cuide, lo eduque, atienda y vigile, en fin, que lo AGUANTE.
No son cien pesos más o menos los que harán a la buena convivencia en las escuelas públicas, donde convergen niños comprometidos con su propia educación y que a veces terminan siendo olvidados y discriminados por aquellos otros, que sólo vienen porque necesitan el plato diario de comida que la escuela les brinda, además de su propia e inconciente necesidad de descargar el resentimiento y la sensación de fracaso que causa la perversa distribución de las riquezas y el poder, el hambre, la higiene,la salud, el alcoholismo, la delincuencia, la promiscuidad...todo el peso de la desigualdad social, todo el odio de los sueños frustrados, toda la desazón y la indiferencia que les provocan las normas y la educación, cuando primero deben resolver la falta de seguridad, el calzado, el vestido, el abuso, el abandono, la indigencia...
¿A quién puede importarle que el maestro de hoy deba enjugar todas esas lágrimas, mitigar esas heridas, hacerse cargo de suavizar todas las broncas de la sociedad?.
El maestro no es un superhéroe, el maestro no es superpoderoso.
El maestro en un ser humano que sufre y se debate en medio del amor, el odio y el dolor de sus alumnos, en medio de la perfidia de la sociedad, de las exigencias y de la indolencia.
Al maestro de hoy, le duele en el alma la indiferencia.
miércoles, 15 de octubre de 2008
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